El 11 de septiembre del 2001, Nueva York amaneció con el cielo más hermoso, celeste y despejado. Nada hacía presagiar que estaba por ocurrir una de las más grandes tragedias de los Estados Unidos y que cambió al mundo desde entonces.

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Aquella mañana, 19 hombres del grupo terrorista Al-Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales estadounidenses cargados de combustible que se dirigían a varios destinos de la costa oeste.

A las 8:46 de la mañana, el vuelo 11 de American Airlines impactó contra la Torre Norte del World Trade Center. A las 9:02 am, se estrelló un segundo avión, el vuelo 175 de United Airlines, esta vez contra la Torre Sur. Las imágenes de los impactos en las Torres Gemelas se transmitieron por televisión y estremecieron a todo el mundo.

Un tercer avión impactó en el Pentágono; y otro más, cuyo objetivo era el Capitolio, se estrelló en un descampado como consecuencia del enfrentamiento de los pasajeros y tripulantes contra el comando terrorista.

Cerca de 3 mil personas fallecieron en la ciudad de Nueva York, Washington y a las afueras de Shanksville, Pensilvania, producto de los atentados.

Han pasado 20 años y las cicatrices permanecen. Sin embargo, aun cuando sabemos de lo mucho que se perdió aquel día, fuimos testigos una vez más que la adversidad nos hace más fuertes y que siempre, siempre, habrá un mañana para volver a empezar.